Sobre las diferencias entre hombres y mujeres se puede hablar desde muchas ópticas, la más elocuente es la biológica, pero también están la social, cultural, histórica, fisiológica y un sinnúmero más de disciplinas. En todas ellas, siempre encontraremos algún matiz que permita clasificar a ambos sexos en grupos independientes.
El mundo del trabajo no es ajeno a esta categorización de lo masculino y lo femenino y así se ha puesto siempre de manifiesto, desde la simple observación subjetiva hasta los trabajos científicos como el que nos ocupa. Las razones de estas diferencias, las podemos encontrar en el sentido mismo del trabajo o en cualquiera de las disciplinas del primer párrafo, pero no, este artículo no trata de justificar unas diferencias, sino de poner de manifiesto su evolución en los últimos 15 años.
En el año 2001, llevé a cabo un análisis de la personalidad laboral de varios cientos de hombres y mujeres, y el análisis estadístico consecuente mostró que de forma significativa y generalizada, las mujeres eran más responsables con sus tareas a la hora de terminarlas en plazo y dedicarles la atención necesaria. Igualmente, planificaban sistemáticamente más que los hombres, eran más detallistas y más pragmáticas a la vez que menos autónomas, lo que derivaba en aportar menor iniciativa.
Los hombres, por su parte, en 2001 se mostraban significativamente más orientados a dirigir, a desempeñar roles de mando y gestión de personas, tenían una comunicación más directa, más asertiva y les motivaba destacar sobre los demás, no pasar inadvertidos.
Aquel estudio de principios de siglo, no quedó fijado en el tiempo como una pica inerte, sino que evolucionó a lo largo de tres lustros durante los cuales se dieron acontecimientos que pudieron afectar a aquellas diferencias, tales como: crisis económica y reestructuración profunda del mercado laboral, iniciativas públicas de comunicación y concienciación a favor de la igualdad de género y la socialización de la tecnología en lo privado y en lo laboral.
Llegado ese momento en 2020, nos propusimos conocer con más detalle el panorama que arrojaba la realidad laboral sobre la actitud de cada sexo en el trabajo. Para ello, y usando la misma metodología que 20 años antes, salimos a la calle a hacer una foto y nos encontramos las siguientes conclusiones, siempre en comparación con 2001:
- En conjunto, ahora existen menos diferencias entre hombres y mujeres. Se ha dado una clara convergencia de estilos de trabajo.
- Las mujeres han ganado en independencia y ya no buscan las directrices de sus superiores como hacían antes, toman más decisiones de acuerdo con su criterio.
- Los hombres siguen siendo menos pragmáticos, como ocurría en 2001 y abordan los problemas con enfoques más teóricos.
- Las mujeres tampoco han dejado atrás aquel celo por sus tareas en cuanto a dedicación y compromiso y siguen siendo más fiables que los hombres 20 años después.
- Igualmente, las mujeres mantienen una destacada tendencia a las relaciones sociales en el trabajo.
- Por último, en cuanto al marcado perfil de liderazgo que revelaban los hombres frente a las mujeres, éste se ha visto suavizado con los años y ya no es algo que les defina, se ha transformado en una mayor confianza en sí mismos, menos palmaria que el estilo de mando impositivo de 2001.
A tenor de estos resultados, nada arbitrarios, sino todo lo contrario, objetivos y justificados, podemos concluir que el mercado laboral va dejando atrás estereotipos de género que pertenecen a tiempos pretéritos. Es de esperar que con la llegada de las nuevas generaciones, Zeta, educados en un claro ambiente de igualdad, las diferencias que perduren sean solo aquellas que tengan su base en condicionantes biológicos, y que España pueda incorporarse con orgullo al tren de los países que están más desarrollados en términos de equidad, honradez e igualdad de oportunidades.
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Sobre las diferencias entre hombres y mujeres se puede hablar desde muchas ópticas, la más elocuente es la biológica, pero también están la social, cultural, histórica, fisiológica y un sinnúmero más de disciplinas. En todas ellas, siempre encontraremos algún matiz que permita clasificar a ambos sexos en grupos independientes.
El mundo del trabajo no es ajeno a esta categorización de lo masculino y lo femenino y así se ha puesto siempre de manifiesto, desde la simple observación subjetiva hasta los trabajos científicos como el que nos ocupa. Las razones de estas diferencias, las podemos encontrar en el sentido mismo del trabajo o en cualquiera de las disciplinas del primer párrafo, pero no, este artículo no trata de justificar unas diferencias, sino de poner de manifiesto su evolución en los últimos 15 años.
En el año 2001, llevé a cabo un análisis de la personalidad laboral de varios cientos de hombres y mujeres, y el análisis estadístico consecuente mostró que de forma significativa y generalizada, las mujeres eran más responsables con sus tareas a la hora de terminarlas en plazo y dedicarles la atención necesaria. Igualmente, planificaban sistemáticamente más que los hombres, eran más detallistas y más pragmáticas a la vez que menos autónomas, lo que derivaba en aportar menor iniciativa.
Los hombres, por su parte, en 2001 se mostraban significativamente más orientados a dirigir, a desempeñar roles de mando y gestión de personas, tenían una comunicación más directa, más asertiva y les motivaba destacar sobre los demás, no pasar inadvertidos.
Aquel estudio de principios de siglo, no quedó fijado en el tiempo como una pica inerte, sino que evolucionó a lo largo de tres lustros durante los cuales se dieron acontecimientos que pudieron afectar a aquellas diferencias, tales como: crisis económica y reestructuración profunda del mercado laboral, iniciativas públicas de comunicación y concienciación a favor de la igualdad de género y la socialización de la tecnología en lo privado y en lo laboral.
Llegado ese momento en 2020, nos propusimos conocer con más detalle el panorama que arrojaba la realidad laboral sobre la actitud de cada sexo en el trabajo. Para ello, y usando la misma metodología que 20 años antes, salimos a la calle a hacer una foto y nos encontramos las siguientes conclusiones, siempre en comparación con 2001:
- En conjunto, ahora existen menos diferencias entre hombres y mujeres. Se ha dado una clara convergencia de estilos de trabajo.
- Las mujeres han ganado en independencia y ya no buscan las directrices de sus superiores como hacían antes, toman más decisiones de acuerdo con su criterio.
- Los hombres siguen siendo menos pragmáticos, como ocurría en 2001 y abordan los problemas con enfoques más teóricos.
- Las mujeres tampoco han dejado atrás aquel celo por sus tareas en cuanto a dedicación y compromiso y siguen siendo más fiables que los hombres 20 años después.
- Igualmente, las mujeres mantienen una destacada tendencia a las relaciones sociales en el trabajo.
- Por último, en cuanto al marcado perfil de liderazgo que revelaban los hombres frente a las mujeres, éste se ha visto suavizado con los años y ya no es algo que les defina, se ha transformado en una mayor confianza en sí mismos, menos palmaria que el estilo de mando impositivo de 2001.
A tenor de estos resultados, nada arbitrarios, sino todo lo contrario, objetivos y justificados, podemos concluir que el mercado laboral va dejando atrás estereotipos de género que pertenecen a tiempos pretéritos. Es de esperar que con la llegada de las nuevas generaciones, Zeta, educados en un claro ambiente de igualdad, las diferencias que perduren sean solo aquellas que tengan su base en condicionantes biológicos, y que España pueda incorporarse con orgullo al tren de los países que están más desarrollados en términos de equidad, honradez e igualdad de oportunidades.