POR SILVIA GUARNIERI, SOCIA FUNDADORA DE ESCUELA EUROPEA DE COACHING (EEC).
A veces pienso que, en un futuro cercano, la profesión de coach va a ser, a la fuerza, de las más valoradas.
Hoy sabemos que estar conectados a través de las redes es una revolución sin precedentes, ya nadie duda de las ventajas de las redes. Lo que nos cuesta imaginar son las consecuencias que esto va tener para nuestro bienestar, como individuos y como sociedad; no somos capaces de visualizar el precio que pagaremos como cultura.
Pensamos que la red produce cercanía, sin embargo, cada vez estamos más lejos unos de los otros. ¿Cómo puede ser posible esta paradoja?
Conectados pero aislados
La no dependencia de nada ni de nadie se ha vuelto la meta. El selfiees la expresión más carnal de la soledad: no necesitamos del otro, ni siquiera para sacarnos una foto. Subimos a las redes aquello que representa la mejor imagen y ocultamos el dolor, el sufrimiento… precisamente, la parte que nos hace humanos, vulnerables y cercanos.
¿Cómo le explicamos a un adolescente que detrás de los cientos de likesde un compañero o compañera también hay sufrimiento? ¿Cuál es el mensaje que estamos dando a las nuevas generaciones si el esfuerzo constante es por mostrar nuestra cara más amable, respondiendo (conscientes o no) a las expectativas que la cultura determina?
Del “me gusta” a la conexión
Estar conectados no es sinónimo de cercanía, eso no es conexión, ni vínculo, es solo red. Y la red es autocrática es sus formas, condicionada a la dictadura del me gusta. ¿Qué nos queda entonces? ¿Existe alguna salida? Tal vez podríamos:
- Entender en profundidad el sentido de las redes y no darle más valor del que tienen.
- Asegurarnos de que salimos de casa en búsqueda de conexión de la buena, esa que no nos deja indemnes.
- Bucear sin prisa, pero sin pausa, en aquellos vínculos que, con un café de por medio, logran sacarnos de nuestra caja de confort y que, cuando se acaba el café, “nosotros los de antes ya no somos los mismos”, como decía Pablo Neruda.
La conexión empieza con la escucha
Para conectarnos con el otro de forma profunda hace falta entrenar una escucha generosa que permita que el otro hable sin sentirse juzgado, hace falta escuchar a aquellos que no piensan ni sienten como nosotros, hace falta promover una escucha sin egos. Necesitamos un debate inteligente (lo contrario al “y tú más”) y una confrontación amigable que favorezca el pensamiento crítico que no nos deje indiferentes.
Cuando logramos ser “buenos escuchadores”, el hablante construye el relato sobre sí mismo y su entorno de forma que, al terminar la conversación, su “yo” más íntimo ya ha mutado. Por esto pienso que nuestra profesión de coaches aporta un gran valor: capacitarnos y profesionalizarnos cada vez más hará que podamos dar un salto cuántico en el tejido social.
Propongo que, como cultura y como individuos, nos esforcemos en conseguir esta escucha que permite que el otro cambie, que coloquemos nuestros pensamientos y emociones en un sitio que permita a nuestra células fluir y liberase, que nos hagamos amigos del dolor, porque sin dolor no hay cambio ni conexión, y que acabemos de alguna forma con la dictadura del “me gusta”.
La conexión se nutre y necesita del dolor
Para terminar, pienso y declaro que yo necesito de los otros, que sufro por muchas cosas que me pasan y que me duelen cosas que les pasan a otros, que me equivoco constantemente y que solo me asusto cuando creo que soy dueña de la razón o la verdad, que me aburre mortalmente encontrarme con personas a las que no les pasa nada y que el exceso de falsa positividad mata el crecimiento y la creatividad.
www.escuelacoaching.com
917001089
comunicacion@escuelacoaching.com
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A veces pienso que, en un futuro cercano, la profesión de coach va a ser, a la fuerza, de las más valoradas.
Hoy sabemos que estar conectados a través de las redes es una revolución sin precedentes, ya nadie duda de las ventajas de las redes. Lo que nos cuesta imaginar son las consecuencias que esto va tener para nuestro bienestar, como individuos y como sociedad; no somos capaces de visualizar el precio que pagaremos como cultura.
Pensamos que la red produce cercanía, sin embargo, cada vez estamos más lejos unos de los otros. ¿Cómo puede ser posible esta paradoja?
Conectados pero aislados
La no dependencia de nada ni de nadie se ha vuelto la meta. El selfiees la expresión más carnal de la soledad: no necesitamos del otro, ni siquiera para sacarnos una foto. Subimos a las redes aquello que representa la mejor imagen y ocultamos el dolor, el sufrimiento… precisamente, la parte que nos hace humanos, vulnerables y cercanos.
¿Cómo le explicamos a un adolescente que detrás de los cientos de likesde un compañero o compañera también hay sufrimiento? ¿Cuál es el mensaje que estamos dando a las nuevas generaciones si el esfuerzo constante es por mostrar nuestra cara más amable, respondiendo (conscientes o no) a las expectativas que la cultura determina?
Del “me gusta” a la conexión
Estar conectados no es sinónimo de cercanía, eso no es conexión, ni vínculo, es solo red. Y la red es autocrática es sus formas, condicionada a la dictadura del me gusta. ¿Qué nos queda entonces? ¿Existe alguna salida? Tal vez podríamos:
- Entender en profundidad el sentido de las redes y no darle más valor del que tienen.
- Asegurarnos de que salimos de casa en búsqueda de conexión de la buena, esa que no nos deja indemnes.
- Bucear sin prisa, pero sin pausa, en aquellos vínculos que, con un café de por medio, logran sacarnos de nuestra caja de confort y que, cuando se acaba el café, “nosotros los de antes ya no somos los mismos”, como decía Pablo Neruda.
La conexión empieza con la escucha
Para conectarnos con el otro de forma profunda hace falta entrenar una escucha generosa que permita que el otro hable sin sentirse juzgado, hace falta escuchar a aquellos que no piensan ni sienten como nosotros, hace falta promover una escucha sin egos. Necesitamos un debate inteligente (lo contrario al “y tú más”) y una confrontación amigable que favorezca el pensamiento crítico que no nos deje indiferentes.
Cuando logramos ser “buenos escuchadores”, el hablante construye el relato sobre sí mismo y su entorno de forma que, al terminar la conversación, su “yo” más íntimo ya ha mutado. Por esto pienso que nuestra profesión de coaches aporta un gran valor: capacitarnos y profesionalizarnos cada vez más hará que podamos dar un salto cuántico en el tejido social.
Propongo que, como cultura y como individuos, nos esforcemos en conseguir esta escucha que permite que el otro cambie, que coloquemos nuestros pensamientos y emociones en un sitio que permita a nuestra células fluir y liberase, que nos hagamos amigos del dolor, porque sin dolor no hay cambio ni conexión, y que acabemos de alguna forma con la dictadura del “me gusta”.
La conexión se nutre y necesita del dolor
Para terminar, pienso y declaro que yo necesito de los otros, que sufro por muchas cosas que me pasan y que me duelen cosas que les pasan a otros, que me equivoco constantemente y que solo me asusto cuando creo que soy dueña de la razón o la verdad, que me aburre mortalmente encontrarme con personas a las que no les pasa nada y que el exceso de falsa positividad mata el crecimiento y la creatividad.
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